Quimper es una ciudad de cuento, una de las muchas que conforman Bretaña y que el año pasado tuvimos la ocasión de visitar.
Paseando por Quimper tienes la sensación de haberte transportado a otro mundo, a un lugar poblado de dragones y princesas, y donde al doblar cualquier esquina te saldrá al paso un valeroso caballero.
Pero volvamos a la realidad. Con algo más de 50.000 habitantes, Quimper es la capital del departamento de Finisterre, y a mi entender, un punto de parada obligatoria para todo aquel que visite Bretaña. Las casas de entramado de madera y los estrechos callejones le dan un aire medieval de lo más convincente.
Quimper es conocida por el arte de la faïnce, un proceso mediante el cual se pintan a mano piezas de cerámica o porcelana y luego se cubren de barniz. Si os gusta la cerámica sin duda disfrutaréis curiosenado por las tiendas. En la foto inferior vemos una de las numerosas tiendas donde podemos encontrar este arte.
Pero lo que sin duda destaca por encima de todo lo demás es la Catedral de St-Corentin, con unas impresionantes torres gemelas.
Y una particularidad bien curiosa: la nave no es recta, en su parte final tiene una ligera curva hacia la izquierda. Esto no es fruto del trabajo de un mal arquitecto, sinó que si hizo así para albergar la tumba de Alain Canhiard, un héroe bretón el sepulcro del cual estaba situado justo donde debían ir los cimientos de la catedral.
La catedral, huelga decirlo, es preciosa.
El casco antiguo de Quimper bien merece una visita a conciencia.
A todo aquel que no haya estado le recomiendo que haga una ruta por Bretaña, sin prisa, disfrutando de su comida, su bebida y sus paisajes. Y a los que ya la conocéis, ¿a que os gustaría volver? A mí sí, sin duda.